La impenetrable Rusia vs. Hitler, Carlos XII y Napoleón

¿Invadir Rusia? Misión imposible. Carlos XII, Napoleón y Hitler estarían muy lejos de aconsejarlo.

Cartel soviético de la II Guerra Mundial, reza: “¡Muerte a los alemanes ocupas!”. Via: Wikimedia Commons

La impenetrable Rusia vs. Hitler

Cuando Hitler invadió Polonia, provocando el inicio de la Segunda Guerra Mundial, contó con la ayuda indirecta de un poderoso “aliado” secreto: la Unión Soviética.

Así pues, el 17 de septiembre, la Unión Soviética invadió Polonia desde el este, mientras los alemanes avanzaban por el oeste.

En el verano de 1940, tras la derrota polaca, la derrota francesa, y la extensión de la hegemonía alemana sobre Europa, Gran Bretaña se convirtió en la única democracia en pie de guerra contra la coalición germano-italiana.

La situación para Hitler parecía ser idílica. tanto que, seducido demasiado pronto por las victorias inmediatas y por el aplastamiento total del enemigo, Hitler pensaba hacia el verano de 1941, en un nuevo enfrentamiento directo: la ocupación de la Unión Soviética.

Es que la entente germano-soviética se basaba en el oportunismo de ambos países. Cada uno esperaba aprovechar al máximo las posibilidades del pacto.

Sin embargo, las incompatibilidades no podían disimularse, especialmente la oposición ideológica y la rivalidad de dos grandes potencias.

Por eso, la sorpresa no radica en el conflicto mismo, aunque sí en la fecha de su comienzo. La idea de invadir Rusia responde a un plan de guerra relámpago, pero así como el ataque aéreo no logró romper la resistencia británica, el avance nazi sobre la Unión Soviética no consiguió acabar con la soviética.

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El acuerdo entre Alemania y la U.R.S.S. había facilitado un primer reparto de Europa y había posibilitado una serie de intercambios entre ambas potencias.

Rusia proporcionaba a la economía de guerra alemana cereales, hierro, cromo y manganeso. Además, podía abastecer al gobierno nazi de materias primas como el caucho que, a causa del bloqueo, no podía recibir en los puertos alemanes.

Por su parte, la Unión Soviética esperaba recibir a cambio armas y pertrechos.

Tras la conquista de Polonia, mientras la U.R.S.S. imponía su presencia territorial en los países bálticos, se preocupaba también por el papel desempeñado por Alemania en el sudeste de Europa y, sobre todo, por las fronteras de Hungría.

Al llegar a este punto, los dos “aliados” no podían retroceder. En julio de 1941, Hitler, irritado por el chantaje que ejercía la Unión Soviética, y confiado de su supremacía militar tras aniquilar el ejército francés, elaboró un plan para invadir Rusia.

Lo llamó Unternehmen Barbarossa: Operación Barbarroja.

Operación Barbarroja

El fracaso de conquistar Inglaterra, lejos de conducirlo a una postura más moderada, estimuló a Hitler a buscar una victoria que él creía que sería fácil de obtener.

Por su parte, Stalin calculó erróneamente las intenciones de Hitler, pensando que el enfrentamiento con los alemanes podría extenderse aún más. Pese a algunos indicios y a las advertencias del mismo Churchill, el gobierno soviético no quiso cree en la inminencia y en la realidad del peligro.

Así pues, Hitler se benefició una vez más, y por última vez, del efecto sorpresa: pensó su estrategia basada totalmente en una guerra relámpago, una breve campaña durante el verano de 1941 que conduciría a la descomposición del ejército rojo y del estado Soviético.

Efectivamente, durante los primeros días los avances nazis se suceden rápida y exitosamente. La aviación soviética es destruida sin que pueda incluso despegar. Los alemanes avanzan 450 kilómetros, tomando 300.000 prisioneros, y destruyendo 1.500 tanques y 2.000 aviones.

En agosto, tras una dura batalla en Esmolensco, la Unión Soviética logra detener el avance alemán sobre Moscú. Pero los alemanes avanzan por el norte y por el sur hasta Leningrado, que es sitiada y Kiev ocupada.

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Pero el invierno se acercaba. Cuando el ejército alemán retomó la invasión de Moscú, ya era noviembre.

El frío invierno aumenta la eficacia de la táctica alemana: la lluvia y el barro retrasan el avance de los inigualables pero inoperantes tanques alemanes y las tropas motorizadas, y dificulta el abastecimiento por medio de camiones.

El “General Invierno” paraliza las máquinas, y la temperatura baja a extremos alarmantes.

La brusca llegada del frío y una contraofensiva soviética, justo a tiempo, inesperada tanto por su vigor como por su táctica, liberaron a Moscú del enemigo. A fines de diciembre, los alemanes retroceden kilómetros.

Por otro lado, Leningrado, mal abastecida y sin agua, aún resistía el asedio nazi.

Así finalizó 1941, y junto a él, cualquier idea de una guerra “relámpago”.

Mientras los rusos juntaban fuerza, Alemania aún permanecía en parte del territorio soviético. Esta ocupación, que se estaba extendiendo mucho más de lo que Hitler había imaginado, provocó uno de los movimientos nacionales de resistencia más encarnizados de la historia.

No estaba en juego ya régimen estalinista, sino la patria rusa; y el pueblo, junto al gobierno (que supo unir el país entero frente a la amenaza nazi) llevaron a cabo una defensa eficaz.

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Pasado el invierno, Hitler ordenó una nueva ofensiva en la primavera de 1942. Pero, esta vez, en lugar de intentar conquistar Moscú y Leningrado, enfocó sus avances sobre las bases económicas de los rusos: la industria de Sonetz, los trigales meridionales, y el petróleo de Caucasia. Sin petróleo, la guerra no podía continuar.

Para cubrir esta operación, el ejército alemán tenía que apoderarse de Stalingrado, que comunicaba con el norte las ciudades vitales de la U.R.S.S. Pero, Stalingrado, era más que un nudo de comunicaciones rusas, era la ciudad de Stalin, era un símbolo.

Tras ocupar las riquezas petroleras del Cáucaso, el ejército alemán, dirigido por Von Paulus, atraviesa el Don y ataca Stalingrado, a fines de julio.

Los soviéticos defienden la ciudad calle a calle, apostados en trincheras.

Pero adelante avanzan las unidades blindadas rusas que cercan al enemigo. Von Paulus resiste hasta el agotamiento por orden de Hitler, pero el 3 de febrero de 1943 finalmente capitulan.

Tras la caída en Stalingrado, son tomados 91.000 prisioneros alemanes y enviados a Siberia, de los cuales sólo regresarían 5.000.

La derrota no sólo fue material, sino también moral y psicológica, desde los bajos rangos hasta los oficiales. Hitler dirigió personalmente las operaciones (no en el campo de batalla, por supuesto) y, a pesar de que sus generales fueron disciplinados, estos se fueron volviendo cada vez más reticentes.

La impenetrable Rusia vs. Carlos XII

En general, los historiadores modernos prefieren buscar causas “internas” (como las llaman) que expliquen el desenlace de procesos como una revolución, o hechos más puntuales como un el resultado de una guerra.

Causas que involucren a las sociedades, y a sus individuos y pensamientos, sus decisiones y situaciones.

Pero la realidad a veces es más… fría.

En lo sucesivo repasaremos los tres casos en que se intentó invadir seriamente a Rusia desde diferentes épocas y gobiernos, pero con el mismo resultado: la derrota.

¿Se trata de una simple coincidencia histórica, o realmente las condiciones climáticas que caracterizan el devastador invierno ruso tuvieron el suficiente protagonismo como para determinar el destino de Europa?

Impertinencia sueca

Erase una vez un príncipe alto y delgado, con una frente inmensa. Era habilidoso y violento, con una bravura sin igual, había aprendido desde la infancia a dominar su propio sufrimiento y a despreciar el ajeno. A veces daba muestras de una crueldad inquietante, como cuando supuestamente se complacía en degollar perros y ovejas.

En 1697 fue coronado como Carlos XII, rey de Suecia.

Carlos XII, por David von Krafft (1706). Via: Wikimedia CommonsC

En febrero de 1700, comenzó un conflicto bélico en el noreste de Europa que duraría hasta 1721 y sería conocido como la “Gran Guerra del Norte”.

Se trataba de un enfrentamiento generado por la rivalidad entre Suecia y los países cercanos, especialmente lo que hoy es Dinamarca, Noruega, parte de Polonia y Alemania, Lituania y Rusia.

Los comienzos de la guerra fueron beneficiosos para Suecia, que bajo el mando directo de Carlos XII obtuvo sorprendentes victorias en los territorios daneses.

Ciertamente, durante 1706 y 1707, el joven rey de 24 años tuvo más de una ocasión para saborear sus triunfos: disponía de un ejército formado por 72.000 soldados magníficamente equipados y entrenados, que durante seis años no habían conocido más que victorias.

Frente a este escenario, Moscú veía con alarma la posible llegada de los temibles «brujos» suecos.

Pero, mientras tanto, el zar de Rusia, Pedro, reclutaba soldados, fortificaba plazas, requisaba las campanas de los monasterios para rehacer su artillería y creaba fábricas de armamento.

Y efectivamente, después de haber expulsado a los rusos de Polonia, Carlos XII se decidió a invadir Rusia. Pero Pedro hizo retroceder a sus tropas, con la intención de atraer a su adversario al interior, no sin cansarlos con incesantes combates.

El plan del zar era era audaz: no dar la batalla hasta que hubiera «seis rusos contra un sueco, con el tiempo, el hambre, y el frío por aliados”.

Soldados rusos usando esquís durante las campañas de invierno. Via: Wikimedia Commons

Cuando el momento llegó, los rusos derrotaron a las tropas de refuerzo suecas y capturaron todo su aprovisionamiento. Para rematar la situación, el invierno de 1709 fue especialmente devastador.

El 8 de julio, Carlos XII ordenó un ataque temerario, pero poco inteligente sobre Poltava, donde todas las cosechas habían sido concentradas en los graneros rusos.

El ejército del zar, que había estado esperando y organizándose, contaba entonces con 70.000 soldados y disponía de una formidable artillería.

Los suecos, debilitados y exhaustos por el frío y la nieve, no tardaron en ser rodeados y derrotados. La victoria de Poltava señaló el triunfo de Rusia y de Pedro “el Grande”.

Como consecuencia, Rusia sería reconocida de ahí en más por Europa como la nueva gran potencia del norte. La lección fue recordada al menos durante un siglo, hasta que la ambición de Napoleón pusiera un velo del olvido sobre la nefasta impertinencia sueca.

La impenetrable Rusia vs. Napoleón

Hacia 1808, comienza la etapa final del reinado imperialista de Napoleón. Una de las causas principales de las dificultades francesas fue la actitud de Rusia ante la dominación napoleónica.

En julio de 1807, Alejandro I había cedido ante Napoleón I con excesiva facilidad, debido, por una parte, a una profunda desmoralización y, por otra, a la influencia de la estudiada cortesía del vencedor.

¿Era lógico que aceptara Rusia convertirse en instrumento de la política francesa , cuando su ejército , aunque vencido, no había sido destruido y había podido retirarse más allá del río Niemen?

Ciertamente, no. En 1810 se produjo el abandono de la alianza francesa. Fracasaron las negociaciones, convenciones y matrimonios que podían acercar diplomáticamente a las dos naciones.

En 1812, cada adversario fue preparándose militarmente para una guerra que se preveía, y hasta se deseaba. Napoleón, particularmente, organizaba un inmenso ejército internacional que concentró entre el Vístula y el Niemen.

El emperador, deseoso de “poner fin a la funesta influencia que Rusia ejercía en los asuntos de Europa desde hacía 50 años”, estaba convencido de que, gracias sobre todo a la superioridad de su fuerza (más de 300.000 hombres y casi 1.000 cañones), podría derrotar rápidamente a los ejércitos del zar en las proximidades de las fronteras polaco rusas, y que de este modo obligaría a Rusia a firmar las negociaciones de paz.

 Napoleón se encuentra con el zar Alejandro I sobre el Niemen en 1807. Via: Wikipedia Commons

Tan confiado estaba Napoleón, que ni había juzgado necesario equipar a sus soldados para una campaña de invierno.

Pero el mando ruso no respondió a la provocación de Napoleón. Los generales, bien informados por los agentes sobre los preparativos franceses, habían decidido evitar toda batalla de destrucción y, aún a costa de sacrificar parte del territorio nacional, planearon arrastrar a Napoleón a una guerra larga, lejos de sus bases, una guerra de desgaste donde la propia geografía rusa fuera un enemigo más para los franceses.

Esta fue la estrategia de Barclay de Tolly, el ministro de guerra.

Napoleón cometió el error de aceptar el envite de los rusos, que fueron los primeros en sorprenderse al observar la facilidad con la que el ejército francés cayó en la trampa que se le tendía.

La retirada victoriosa

Cuando los franceses avanzaron, los rusos comenzaron a retirarse. Pero la retirada era una operación deliberada, por eso la llevaron a cabo metódicamente.

Las tropas regulares rusas marchaban así casi sin pérdida de hombres y de material. Aunque a su paso incendiaban almacenes y cosechas, para dejar a sus perseguidores la tierra quemada e inútil.

Su retaguardia estaba protegida por tropas ligeras de cosacos, montados en caballos pequeños, rápidos y resistentes,que hostigaban sin cesar la vanguardia francesa.

En cambio, el avance de los franceses hacia cada vez más penoso. Cuando finalmente el ejército ruso detuvo su marcha y enfrentó a su perseguidor, las fuerzas estaban igualadas. Del ejército francés que había cruzado el Niemen con 300.000 hombres, sólo quedaban 130.000.

La batalla, dirigida a distancia por Napoleón, resultó decepcionante para los franceses. Fueron necesarios muchos y cruentos asaltos para conquistar las fortificaciones. Una vez más, el ejército ruso retrocedió, evitando ser rodeado.

Pero Rusia conservaba parte de su ejército y había infligido graves pérdidas a su adversario. Los rusos se retiraron sobre Riazán, y decidieron que Moscú serviría de sebo para las tropas francesas.

Evidentemente, esta no era una solución popular ni prestigiosa, y estuvo a punto de provocar un motín. Pero, por más de que Moscú fuera una gran ciudad y un núcleo importante de carreteras, no era un centro capital para la continuación y la resistencia del país.

Mientras el ejército ruso se reorganizaba al sur de Moscú, cortando el camino de las estepas, se reclutaron 200.000 milicianos, se sumaron 50.000 fusiles ingleses, y 200 cañones.

Napoleón entró en Moscú el 15 de septiembre. Se encontró con una ciudad evacuada, vacía. Sin embargo, se instaló como pudo, en medio de incendios y fuego.

El 6 de septiembre, una primera nevada sobre Moscú tendría que haberle servido de advertencia. Pero como el otoño había resultado tan benigno, Napoleón creyó que el invierno sería suave.

Tras un par de batallas en las inmediaciones, Napoleón se dio cuenta que sus “victorias” no estaban conduciendo a nada. El ejército ruso contaba con la posibilidad de reabastecerse, mientras que los franceses empezaban a descubrir el verdadero invierno ruso.

Durante los primeros días de noviembre, se produjeron intensas heladas y grandes tormentas de nieve. Los pobres caballos no resistieron las temperaturas.

Napoleón en Rusia, por Adolph Northen. Via: Wikimedia Commons

En Esmolensco, con 30º bajo cero, ya no quedaba nada con qué abastecer al ejército, inmediatamente se emprendió la retirada francesa.

Los generales rusos persiguieron moderadamente a Napoleón, sin comprometer al ejército, utilizando cosacos y guerrilleros rápidos. Rusia supo utilizar el frío a su favor, evitando la muerte de sus soldados.

La pérdida de prestigio de Napoleón fue enorme, aunque entre sus tropas no surgieron problemas. Pero se había gastado un colosal instrumento militar, el ejército napoleónico, y sería imposible restituirlo. El emperador tuvo que reducir sus ambiciones políticas y territoriales. Así comenzó la etapa que lo llevó a su fin.

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